LAS CONDUCTAS DE RIESGO Y EL VALOR DE LA VIDA.
Muchas veces hemos escuchado
frases como las siguientes: “si no usa los EPP, es porque no valora su vida” o
“no respeta su vida al conducir a mayores velocidades que la permitida”.
Existe cierta relación entre algunas conductas con valores
personales, por lo cual uno podría deducir que si se realizan X conductas,
entonces la persona tiene Y valores. Esto es cierto y
erróneo. Efectivamente el tener como valor la “seguridad” nos llevará a tener
conductas de precaución. Si la persona valora la honestidad, entonces no
mentirá; si valora la “responsabilidad” entonces no fallará en el trabajo, y
así sucesivamente. Por esto, el argumento, hasta ahí, es válido.
De acuerdo a lo anterior, si
una persona realiza una conducta que es contraria a estos valores, entonces
podríamos deducir que no los tiene, o no son prioridad. Y es en este
razonamiento donde está el error: inducir a partir de conductas específicas
valores que son globales.
Parece razonable que si la
persona realiza conductas de riesgo, entonces no valora la “seguridad”, aún
cuando debemos coincidir en que las conductas de riesgo, o cualquier otro tipo
de conductas, son el reflejo de no sólo un valor, sino varios valores que se
“reordenan” en nuestra mente cada vez que nos enfrentamos a una situación nueva
y/o a tomar una decisión en el trabajo o en nuestra vida diaria (sumemos a esto
las variables de madurez, locus de control, desarrollo moral, vulnerabilidad a
la presión social, exigencias del entorno, entre otros).
A modo de ejemplo, el
realizar trabajos en equipos en movimiento (correas transportadoras) con los
consiguientes riesgos de atrapamiento, etc. El trabajador no esta considerando
el poco valor de su vida, sino mas bien lo importante que es la producción,
seguir las instrucciones de las jefaturas, de hacer rápidamente las tareas
tediosas, entre otros, por lo que el “valor de la vida” no esta en juego, sino
otros más concretos y atingentes a la situación.
Es más, uno podría
hipotetizar que las personas realizan estos actos imprudentes, justamente
porque valoran la vida fuera del trabajo, la admiración de pares y jefaturas,
la recompensa en dinero, entre otros. Valora por ende su vida y por lo mismo
realiza acciones que son cómodas, placenteras y eficientes en el trabajo,
aunque estas sean de riesgo.
Por ende, si vemos a un
trabajador realizar estos actos, no estarían buscando malograr su vida, sino más bien, conseguir
otros beneficios relacionados directamente con un desempeño fuera de estándar,
como por ejemplo, vivir con adrenalina, ahorrar tiempo, trabajar con mayor
comodidad, demostrar “algo” a sus pares y/o amigos, etc.
Si efectivamente una persona
realizara actos imprudentes porque “no respeta su vida”, entonces estas (personas)
estarían orientadas a conseguir el daño como fin y tendríamos probablemente un
cuadro, por lo bajo, depresivo, quizás con tendencia a la automutilación o
suicida.
En resumen, las conductas de
riesgo obedecen a una decisión del trabajador respecto de cómo poder realizar
su trabajo con los menores inconvenientes y los mayores beneficios posibles, decisión
que se toma a veces con una cantidad de recursos cognitivos limitados o
particulares y en un contexto que muchas veces carece de estructura normativa y
control.
Esta reflexión plantea
entonces el desafío de cómo modificar la relación de costo/beneficio percibido
por el trabajador respecto de la conducta de riesgo cuando los costos son bajos
(accidentes “casi” no ocurre, supervisión no es permanente, sensación de
consecuencias bajas, etc.) y los beneficios altos (reforzadores como la
comodidad, rapidez, adrenalina, apoyo social, otros.)
Si el costo es bajo y el
beneficio alto de una conducta, esta se mantendrá en el tiempo. La intervención
debe estar enfocada a generar un desequilibrio, aumentando la percepción de
costo y disminuyendo o relativizando los beneficios de la conducta de riesgo,
sin tomar como argumento todo aquello que se contradice con los aprendizajes y
experiencia del trabajador, como por ejemplo indicar que el uso de EPP es
cómodo cuando el trabajador considera en su experiencia lo contrario o que si
se transita por una zona no permitida se accidentará, cuando esto no ha
ocurrido.
El control conductual debe
aplicarse a las conductas que producirían el accidente, y no cuando este
ocurra. Se desequilibra la relación C/B cuando se controla permanentemente el
comportamiento diario, se “castigan” las conductas fuera de norma y se implanta
disciplina laboral. Además, cuando se premian las conductas ajustadas a
estándar y se reconocen los esfuerzos por tener un comportamiento seguro.
Comentarios