CUENTOS ORGANIZACIONALES DE TERROR: ALGO SE QUEBRÓ EN MI



Éramos un muy buen grupo, que digo, un verdadero equipo consolidado, organizado y solidario. Me sentía tan bien. Recuerdo algún día hasta podría decirse que éramos como amigos… no tanto así, pero más que simples colegas de oficina. Una taza de café, su cigarro o el almuerzo eran los momentos donde compartíamos como una familia... no tanto así, pero casi.

Hasta que llegó el cambio, eso fue hace menos de un año. “Cosas del corporativo” decían. Matrices con metas, objetivos, reglas, procedimientos. Todo nuevo, todo distinto, todo raro. Fue como un baño de agua helada. Nos miramos. No pasaba nada. Pero yo sabía que si… algo pasó en mí, algo se ¿quebró? en mí. No creo, debe haber sido algo normal, digo, por los cambios, imprevistos y no consultados cambios.

De ese momento las cosas cambiaron. Todos en sus computadores, con sus portafolios, con sus planillas, con sus clientes, con sus metas… sé que pensaban en cómo sobrevivir, aun a costa del resto. Del equipo nada, del grupo amistoso nada. Las miradas lo dicen todo, al menos a mí me lo decían todo. Sabía lo que pensaban. Obvio. Llegaban más temprano, se iban más tarde. Más cigarro, más café, más correos, menos expresiones, menos conversaciones.

Mentiría si aseguro esto, pero creo haber visto el brillo de una 9mm en uno de los cajones al cerrarse… me estaba volviendo loco? Daba igual, los otros también estaban enfermos.. o no? claro que si, si no, no me mirarían de esa forma, no se apartarían, no hablarías a escondidas de mí y de mi trabajo. Sé que se envían mensajes que en sus correos, de forma oculta, se burlan de mi ropa, de mis lentes, de mi comida, de mis ojeras…

Tres meses de mala suerte en las ventas y las miradas acusadoras entre los ejecutivos era insoportable. Sin bonos, sin estabilidad, con el anuncio del sobre azul rondando en nuestras cabezas. No se puede trabajar así... ahh y por supuesto, un jefe que afirmado de dientes y uñas buscaba la parte más débil del hilo para cortar. Y siempre lo hallaba, sobre todo después de meditar el fin de semana.

La reunión de los martes se había caracterizado por ser el momento donde despedían a uno y sin razón alguna, y este no sería solo otro martes, yo sabía que era mi martes. Lo sabía por la expresión de mi jefe, su mirada preocupada ¿por mí? Nooo, por él mismo… de ¿compasión? Claro que no, era su forma de ocultar el odio a mi trabajo a mi persona… me atormenta y lo sabe, disfruta con eso…

Empieza la reunión, gráficos, datos y mi cabeza parece que va a explotar. Las metas, las metas, las metas, la estrategia, las ventas, los clientes y nuestro desempeño ¿no que el desempeño de un equipo se ve influenciado por su jefatura? Claro que no, sus comentarios, su actitud me acusaba por los datos rojos, y los demás, traidores, hacían que escuchaban pero por dentro lo sé, estaban deseando que me fuera humillado… y que haría? Cómo encuentro trabajo a los 46 años? Quien desearía a un paria de las bajas ventas?… fue cuando me miró y ocurrió…

De repente todo se puso rojo, mis manos temblaban por la adrenalina. No era yo, definitivamente, pero si lo era. Aparté la silla y me abalancé sobre mi jefe. Todos hablaban pero no los escuchaba, solo los latidos de mi corazón y el sonido de su cuello rompiéndose entre mis manos.

Y luego paz. Y luego un disparo. Y luego oscuridad…

Kurt Goldman 2015

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