CUENTOS ORGANIZACIONALES DE TERROR: CULTURA QUE TE QUITA VIDA



Cuentan que algo extraño ocurre en las organizaciones antiguas que velan por la salud de otros. Se dice que las enfermedades de las personas se quedan en el hospital y que las personas se recuperan por el aliento de vida de quien lo atendió. Dicen que es parte del equilibrio, que es inevitable y necesario. Vaya uno a creer…

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Ya había pasado un año desde que Alex había aceptado el trabajo. Una persona en su sano juicio se habría dado cuenta de que algo andaba mal, pero el aire espeso y húmedo del hospital no dejaba pensar. Al primer día es poco lo que se puede distinguir, pero un observador ávido habría notado las ojeras y los hombros caídos de las personas, como si el peso de algo invisible los cargara hacia la tierra. De ahí el sonido de los zapatos resbalando en el piso. Ese sonido…

Alex entró al Hospital como jefe del banco de sangre. Hoy es posible jactarse de la ironía de tal situación, ya que dicen que la sangre es la vida misma que corre por nuestras venas. Alex había pensado formas de mejorar el trabajo, de mejorar la calidad, de satisfacer las necesidades de sus colaboradores. Hablaría con las personas, confiado que la sinceridad, la franca comunicación y el respeto consolidarían al equipo. Alex era de esas personas con el entusiasmo idealista de quien no conocia el trabajo en terreno, ya que se habia dedicado unicamente a estudiar. Pensaba que él era el hombre que podia cambiar la cultura de la que tanto se hablaba en el hospital. Sin embargo, la excesiva burocracia, y el trabajo acumulado hacían imposible encontrar el tiempo para reunirse con su gente o proponer sus ideas.

A la semana en el cargo, Alex hizo su primera evaluación: el trabajo se estaba realizando, lento pero de acuerdo al sistema. Los formularios, polvorientos y antiguos estaban correctamente transformados en registros y ordenados de la misma forma que hace unos 15 años atrás. “bueno, así se ha hecho siempre” pensaba Alex mientras trataba de calentarse con su té mientras observaba el entrar y salir de su gente.

El trato con su gente no era malo. Ni bueno. La gente lo escuchaba de igual forma como se escucha el roce de una hoja cuando cae al suelo, o cuando los frascos de eter se guardan en las repisas. La mirada vacia, y el silencio hacian que Alex perdiera lentamente el interés por motivar al cambio. Todo acompañado de esa brisa helada que le calaba los huesos en medio de la sala de reuniones.

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Ya había pasado un año desde que Alex había aceptado el trabajo y sus pasos eran más pesados que antes. Se abrigaba más de lo que acostumbraba, sobre todo en las mañanas y compró lentes para leer, los que olvidaba de vez en cuando en el baño o en el laboratorio.

Hoy es posible ver a Alex si se mira con atención. Entre la gente de caminar lento y pausado, de colores grises y marrones. Ahi, en medio. A veces no se nota. A veces ni se siente, pero está ahi. Todos lo saben, él es el jefe, el joven que llegó con ideas de cambio, al que su propio cargo de exprimió la sangre fresca y se la cambió por el lento  fluir de una cultura arraigada en los pasillo, camillas y estantes llenos de burocracia... 

KURT GOLDMAN,  2009.

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