CUENTOS ORGANIZACIONALES DE TERROR: ATRAPADA



La contrataron de inmediato en una compañía en la que varios de sus compañeros ni siquiera pensaban postular, mejor dicho, de la que ni siquiera hablaban. Pensaba que entrar era lo difícil, y que permanecer era peor, por eso le hacían el quite. Luna siempre se ha visto como una mujer fuerte de carácter y con metas claras “estaré un par de años, quizás menos y me iré” usaría este primer trabajo como un trampolín hacia otros mejores. Sabía que no duraría mucho y que a la primera oportunidad se iría, total, unos pesos de más valen la pena para cambiarse de trabajo.

Un escritorio, una oficina pequeña, muebles viejos y oscuros, y una pequeña ventana.

Ya habían pasado 5 años…

Luna miraba por una pequeña ventana en su oficina y sonreía al ver el ir y venir de la gente. “ya es hora de ir a buscar nuevos desafíos” pensaba, mientras trataba de ordenar los cerros de papeles que se acumulaban en su escritorio, o contestar los teléfonos sonando, ordenando su agenda y la de otros, dando respuestas, las mismas respuestas a las mismas preguntas, esas que se le hacen a la gente y que las vuelven indispensables en el trabajo, atados para servir a otros, intereses de otros, necesidades de otros.

Ya habían pasado 15 años…

Ahí sucedió lo extraño, aunque no tanto para Luna, un día trato de levantarse, pero no pudo, intentó levantar el brazo y este estaba pegado a su silla, era su ropa, no, era su propia piel entre los tejidos. Eran fibras de piel que se pegaban en la silla. Y sus pies habían echado raíces. Luna miró y si, eran raíces, de árbol, estaba anclada, pero no parecía importarle mucho. Siguió tecleando frente al computador, aunque claramente ya no podía mover más que sus dedos, torpemente, mientras de reojo miraba por la ventana con la esperanza de algún día tener una vida distinta fuera de la compañía, idea que siempre le arrancaba una sonrisa como suspiro de esa esperanza.

Ha habían pasado 25 años…

Mientras en su mente viajaba por el país, tomaba un helado, atendía su propia tienda de ropa y disfrutaba de su plenitud personal y profesional, pensando en que haría los próximos 30 o 40 años, que otros cargos ocuparía, que sé yo…, su cuerpo se había mimetizado con los muebles viejos y oscuros, los mismos que estaban cuando llegó hace quizás cuantos años... ¿años? no puede ser! parecía un momento, un respiro en su vida, una vida que lentamente se había ido del cuerpo de Luna sin que ella se diera cuenta, segundo a segundo, minuto a minuto... su pelo canoso, largo hasta el suelo, su piel escamosa, manos huesudas y espalda jorobada eran producto de vivir sin vida, sin cambios, sin oportunidades, en medio de esa neblina que impide ver claro tus sueños, neblina que nos rodea y que, curiosamente, no vemos.

Su última carpeta, su último llamado, su último aliento…

Ahí se quedó, muda, tiesa, con la misma expresión de todos los días, la mueca de sonrisa mientras veía su futuro y sueños por la ventana….

Kurt Goldman, 2015

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