CUANDO PERDEMOS AMIGOS POR OPINAR…
Todo es risa y bromas hasta que se pone sobre la mesa un tema delicado, de contingencia o ideológico. Antes era frecuente en el almuerzo familiar (por eso ya no se habla de ciertos temas) y hoy en los grupos de amigos de Wsp, que un tema “polémico” termine por desatar las más bajas pasiones, al punto incluso de pelearse con familiares o dar por finalizada la amistad con alguien.
Sabemos que la familia es importante, que los amigos también lo son. Sabemos que debemos aceptar las diferencias y tolerarnos para crear ambientes saludables. Entonces ¿por qué nos peleamos igual??
En este contexto, una explicación a estas emociones y conductas podría encontrarse en la “incapacidad” de aceptar puntos de vista distintos a los nuestros. Esta intolerancia podríamos relacionarla con una evidente falta de madurez, muy necesaria hoy en día.
Podríamos citar a muchos exponentes, pero quedémonos con un par de los clásicos: Platón consideraba que el hombre maduro es una persona introvertida que calcula cuidadosamente los efectos de percepciones e ideas en su propia experiencia interior. Aristóteles por otro lado, asoció la madurez a los conceptos de equilibrio y armonía, donde la razón domina el mundo de los sentimientos, y esa actividad racional debía de buscar el bien supremo reflejado en la felicidad (fruto de la virtud).
Pongan un tema controvertido en una conversación (política, religión, diversidad sexual, otros) y veremos como muchas veces desaparecen las reflexiones y la racionalidad. Lo que podría ser una conversación enriquecedora para los participantes, basada en datos que se analizan y aceptan en un marco de respeto, termina generalmente siendo una exposición de ideas donde se trata de convencer a los demás en una cruzada proselitista innecesaria (“cuál es el mejor equipo de fútbol, partido político o cantante de moda”), o peor, en ataques directos a la persona por falta de argumentos (“que vas a saber tu del tema”, “tú no has pasado por eso”, etc.) que se conoce como “falacia ad hominem”.
Lo siguiente sonará extremista, pero pongámoslo en contexto: cuando se terminan los argumentos y no se logran acuerdos, o sea, que la otra persona acepte tu opinión como “la única versión real y correcta”, entonces la adrenalina generada para “ganar” la discusión (¿?) suele desplazar a la razón, activando nuestro “cerebro reptiliano” que nos invita a la huida o a la lucha. Eso explica la sensación de enojo y frustración que, al no soportarlo, da pie a las descalificaciones y otras agresiones según el tenor de la conversación, como si tuviéramos “el derecho” de atacar dado lo “inmoral” de las posiciones de otros…
Aceptar argumentos válidos es signo de madurez y de una sólida construcción de la identidad. Tener opiniones distintas no nos hace mejores o peores. Estar equivocados no es símbolo de debilidad o de vergüenza, siempre que se acepte con entereza y se aprenda de la nueva experiencia. Sin ir más lejos, la ciencia se basa en eso, ¿no?
¿Por qué tratamos, entonces, de ganarle al otro/a? quizás porque no toleramos que existan realidades distintas a las nuestras, lo que en una persona inmadura genera ansiedad ya que representan una amenaza a todo aquello que hemos aprendido, creído, sostenido y defendido como “lo verdadero”... y que se transforma en una torre de palitos, amenazado por estas ideas nuevas que cambiarían nuestra estructura, cayendo como un “Jenga”. Esto se relaciona con el hecho de que “el lenguaje crea realidades”, y ante tal amenaza (que se cree una nueva realidad distinta a la mía, en la que no encajo) debemos impedir, a veces a cualquier precio, que se den por hecho ciertas frases que estarían generando esta nueva realidad.
Ojo que la obstinación anteriormente descrita se confunde fácilmente con ser consecuente, hecho considerado prácticamente un valor, entonces uno no puede cambiar de opinión porque eso es ser inconsecuente, siendo que estamos declarando que lo que se valora es la rigidez de pensamiento, la incapacidad de evolucionar, de aprender… nada más lejos de lo que se busca en el proceso de madurez.
Bueno, también está la posibilidad de que nos amurremos, queramos ver el mundo arder (por simple placer) o que sea una instancia para desquitarnos con la persona que nos cae mal, porfiando incluso ante sólidos argumentos…
En definitiva, perdemos amigos y relaciones por inmaduros. Punto.
¿Entonces qué podemos hacer? Antes de disparar comentarios inapropiados, sea consciente que cada persona opina desde su realidad y que esa no es una verdad. Escuche y acepte esos comentarios sabiendo que están en esa vereda de la verdad. Enseñémosle a los niños y niñas que todas las opiniones deben ser escuchadas y eventualmente discutidas en un marco de respeto. Nuestra identidad se basa en valores que se enriquecen con puntos de vista distintos, y que tenemos derecho a cambiar de opinión sin ser etiquetados de inconsecuentes. No hagamos proselitismo barato de ideas personales.
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